Viaje a lomos de un camello
Al principio, antes de nada, quisiéramos agradecer a todos los que nos facilitaron realizar este viaje. A todos, los que contribuyeron a llevarlo a cabo y lo hicieron posible y más agradable si cabe. Gracias por vuestra hospitalidad y tanto cariño, vuestro tiempo dedicado a nosotros y, sobre todo, por todos los recuerdos que nos habéis regalado.
En todo viaje, suele haber un hilo conductor, un tema, un rumbo, una motivación pre-establecida… sin embargo, cuando al paso del viaje aparece de forma sutil, mágica e incluso misteriosa un elemento que se repite y marca un tempo simbólico durante las jornadas; uno empieza a plantearse si forma parte de un extraño guión que ya está escrito y se nos muestra, o bien, uno escribe, moldea y es capaz de construir éste a cada paso.
Pues bien, en este primer viaje juntos, de fuerte carga simbólica en lo personal y que pretende ser el primer paso de muchos otros que formarán parte del gran viaje de nuestras vidas, aparece y acompaña la figura del camello como “clave de Sol” en nuestra ruta invernal por el noreste de España. Al margen de las evidentes referencias, metáforas y símiles que, de forma casi burda e infantil, podrían hacerse en las festividades navideñas, el camello aparece en el Medio Oriente como un símbolo del movimiento, del viaje, el cambio y la transición. También, representando la lucha, la resistencia, la tenacidad, el valor y sobre todo, la capacidad de superación y esfuerzo, y de otra parte, la humildad, la paciencia, la nobleza y la supervivencia.
Para mí, este viaje tiene mucha importancia, un gran significado simbólico y personal. Tuve mucha suerte de poder completar mi viaje anterior y conocer todo lo que antes no había podido debido a los obstáculos que tuve que afrontar, las circunstancias superiores a mí y que no me permitieron llevar a cabo mi proyecto. Después de tres meses, por fin, pude terminar la historia que había empezado a escribir hace medio año en las páginas de mi vida, cerrando, por lo tanto, un capítulo de mi vida. De esta forma, conseguí visitar y conocer La Rioja, Navarra, Cantabria y País Vasco.
Mi último viaje que realicé en bici finalizó de forma muy natural – sin ningún fin evidente, seguramente por no tener nunca fecha exacta para un final que lo pudiera separar de la realidad diaria; gracias a lo cual, tengo la sensación maravillosa de nunca haber terminado ese viaje. Sin embargo, en este viaje que nos ocupa, del cual acabo de volver, me hace reflexionar más cayendo en algún tipo de la melancolía sobre su conclusión. Y aunque a uno no le cueste mucho volver a la vida cotidiana y de nuevo caer en la rutina (cosa que ya te asusta por su mismo nombre :)), te quedas con un sabor agridulce en la boca teniendo ganas de más. Tu ansia viajera no te permite parar, dejándote con un apetito insaciable.
En todo viaje, suele haber un hilo conductor, un tema, un rumbo, una motivación pre-establecida… sin embargo, cuando al paso del viaje aparece de forma sutil, mágica e incluso misteriosa un elemento que se repite y marca un tempo simbólico durante las jornadas; uno empieza a plantearse si forma parte de un extraño guión que ya está escrito y se nos muestra, o bien, uno escribe, moldea y es capaz de construir éste a cada paso.
Pues bien, en este primer viaje juntos, de fuerte carga simbólica en lo personal y que pretende ser el primer paso de muchos otros que formarán parte del gran viaje de nuestras vidas, aparece y acompaña la figura del camello como “clave de Sol” en nuestra ruta invernal por el noreste de España. Al margen de las evidentes referencias, metáforas y símiles que, de forma casi burda e infantil, podrían hacerse en las festividades navideñas, el camello aparece en el Medio Oriente como un símbolo del movimiento, del viaje, el cambio y la transición. También, representando la lucha, la resistencia, la tenacidad, el valor y sobre todo, la capacidad de superación y esfuerzo, y de otra parte, la humildad, la paciencia, la nobleza y la supervivencia.
Para mí, este viaje tiene mucha importancia, un gran significado simbólico y personal. Tuve mucha suerte de poder completar mi viaje anterior y conocer todo lo que antes no había podido debido a los obstáculos que tuve que afrontar, las circunstancias superiores a mí y que no me permitieron llevar a cabo mi proyecto. Después de tres meses, por fin, pude terminar la historia que había empezado a escribir hace medio año en las páginas de mi vida, cerrando, por lo tanto, un capítulo de mi vida. De esta forma, conseguí visitar y conocer La Rioja, Navarra, Cantabria y País Vasco.
Mi último viaje que realicé en bici finalizó de forma muy natural – sin ningún fin evidente, seguramente por no tener nunca fecha exacta para un final que lo pudiera separar de la realidad diaria; gracias a lo cual, tengo la sensación maravillosa de nunca haber terminado ese viaje. Sin embargo, en este viaje que nos ocupa, del cual acabo de volver, me hace reflexionar más cayendo en algún tipo de la melancolía sobre su conclusión. Y aunque a uno no le cueste mucho volver a la vida cotidiana y de nuevo caer en la rutina (cosa que ya te asusta por su mismo nombre :)), te quedas con un sabor agridulce en la boca teniendo ganas de más. Tu ansia viajera no te permite parar, dejándote con un apetito insaciable.
Cada persona viaja de su propia manera. Hay gente que visita sólo las grandes ciudades, hay gente que elige para su destino pueblos pequeños, incluso olvidados por el resto del mundo, deleitándose con sus ambientes insólitos y peculiares. Algunas personas buscan la tranquilidad, la paz y el silencio de la playas salvajes o se pierden ascendiendo a las cumbres de las altas montañas. Otros, al contrario, buscan la diversión, la compañía, quieren conocer nueva gente, organizan viajes temáticos, gastronómicos o culturales. Buscan la aventura y las sensaciones inolvidables. Nosotros, en cambio, conseguimos hacer un viaje que incluye todas estas partes, todas estas formas de viajar. Fue un viaje completo y variado. Disfrutamos, tanto de altas montañas, de la naturaleza, del mar, como de las ciudades más importantes del noreste de España, así como pueblos encantadores y acogedores – cada uno a su propia manera, ofreciéndonos todo lo mejor. Tampoco faltó la parte cultural: visitamos, entre otros, el Monasterio de San Millán de la Cogolla (considerado como la cuna de la lengua castellana) o el museo de arte contemporáneo Guggenheim en Bilbao; ni gastronómica: probamos la cocina típica de cada región, de cada ciudad, de cada pueblo – entre otros, la morcilla de Burgos (tan típica en la gastronomía burgalesa ¡qué sería un pecado no haberla probado!), los mazapanes de Soto en Cameros (cien por cien caseros, fabricados desde 1870, el producto elaborado por un negocio familiar desde hace cuatro generaciones – Vda. De Manuel Redondo - que mantiene su larga tradición produciendo este dulce navideño riojano), las anchoas de Santoña (consideradas como las mejores del Cantábrico, artesanas, conservadas a mano) o los sobaos pasiegos y las mejores quesadas de Vega de Pas.
Nos deleitamos, también, con el ambiente específico de una de las calles del casco antiguo de Logroño, famosa por ser un lugar típico de tapeo – la Calle del Laurel. Celebramos la Nochevieja contando los últimos doce segundos del año viejo en la Plaza de Ayuntamiento en Pamplona – “el salón” de la capital de Navarra – comiendo las uvas, brindando con Sidra El Gaitero y disfrazándonos según la costumbre de allí.
Todo eso no sería posible sin nuestra disposición a recibir la vida como es, dejándole el derecho de sorprendernos como le apetece. Según nuestra experiencia, lo más importante para poder disfrutar de cualquier viaje, a pesar de tener algún itinerario predestinado y aún teniendo que cumplirlo para mantener el rumbo, es dejarse llevar por su propia espontaneidad. Ser abiertos para las cosas imprevistas, no tener miedo a cambiar el plano y saber recibir las sorpresas de la vida – desgraciadamente no siempre éstas buenas. Eso es lo que no se puede aprender en el colegio ni en la universidad – es lo que te enseña la vida y lo que eres capaz de aprender sólo de una manera - viajando – la sabiduría viajera – la sabiduría vital.
Aunque pudiera parecer una broma, nuestro viaje comienza el día de los Inocentes, que en España es fijado en el 28 de diciembre. Partimos de la montaña occidental leonesa, aún con la noche bien cerrada y atravesamos las frías llanuras de tierra de campos en dirección a nuestro primer destino al norte de Burgos. Fue llegar aquí y… voilà! Sale a recibirnos un precioso recorte en el perfil rocoso de Orbaneja del Castillo, que por su singularidad ya sobrecoge al visitante, éste es el llamado “beso del camello”; un capricho de la naturaleza que nos recibe y saluda, dándonos la bienvenida, casi como de un rito iniciático se tratase, en este comienzo de viaje.
Todo eso no sería posible sin nuestra disposición a recibir la vida como es, dejándole el derecho de sorprendernos como le apetece. Según nuestra experiencia, lo más importante para poder disfrutar de cualquier viaje, a pesar de tener algún itinerario predestinado y aún teniendo que cumplirlo para mantener el rumbo, es dejarse llevar por su propia espontaneidad. Ser abiertos para las cosas imprevistas, no tener miedo a cambiar el plano y saber recibir las sorpresas de la vida – desgraciadamente no siempre éstas buenas. Eso es lo que no se puede aprender en el colegio ni en la universidad – es lo que te enseña la vida y lo que eres capaz de aprender sólo de una manera - viajando – la sabiduría viajera – la sabiduría vital.
Aunque pudiera parecer una broma, nuestro viaje comienza el día de los Inocentes, que en España es fijado en el 28 de diciembre. Partimos de la montaña occidental leonesa, aún con la noche bien cerrada y atravesamos las frías llanuras de tierra de campos en dirección a nuestro primer destino al norte de Burgos. Fue llegar aquí y… voilà! Sale a recibirnos un precioso recorte en el perfil rocoso de Orbaneja del Castillo, que por su singularidad ya sobrecoge al visitante, éste es el llamado “beso del camello”; un capricho de la naturaleza que nos recibe y saluda, dándonos la bienvenida, casi como de un rito iniciático se tratase, en este comienzo de viaje.
Es un asentamiento, este núcleo urbano, con un carácter marcadamente teatral, rodeado de una bella cávea pétrea que protege y engalana el entorno urbano del mismo, el cual, se asienta en una topografía de desnivel abrupto que hace que cada calle sea un escalón en el que el pueblo forma una gran escalinata de descenso al bucólico río que la baña. Es más, el agua tiene en este pueblo un protagonismo especial al ser atravesado de arriba abajo por una sublime lengua de agua, formada por decenas de cascadas más pequeñas que de modo casi rizomático, engalana y nutre al paraje urbano, dotándole de un carácter único y singular.
Continuamos nuestra ruta por el norte de Burgos, visitando Oña y Frías, este último siendo fiel a su toponimia y no menos bello que el primero de la jornada, donde la noche nos sorprende y abraza, realizando fotografías al perfil de la atalaya donde el casco antiguo se defiende y engalana.
Tras pasar y visitar la capital burgalesa, nos dirigimos hacia la cuna de la lengua castellana, en la localidad riojana de San Millán de la Cogolla, visitando los monasterios de Suso y Yuso. Señalar que, en pocos lugares, el tiempo parece haberse detenido siglos atrás, tanto como situándose en el pórtico del monasterio de Suso (monasterio de “Arriba”) y dirigiendo nuestra mirada hacia el monasterio de Yuso (monasterio de “Abajo”). Desde este inmaculado encuadre, desprovisto de cualquier elemento de contaminación contemporánea, podemos viajar cientos de años atrás en el tiempo y apreciar lo que los primeros ermitaños y monjes pudieron ver y divisar en el virginal paisaje que rodeaba a su sacro lugar.
Tras nuestro paso por, Logroño, la capital riojana, nuestra ruta incurre en el corazón menos conocido de esta tierra que son los valles de los Cameros Viejos y los Cameros Nuevos, en los que pueblos de tipología hermanada y gran belleza, por su autenticidad y reflejo del tiempo de antaño, surgen a nuestro paso rodeados de naturaleza, como es el entorno de la Sierra Cebollera, donde aún se conservan profesiones y actividades tradicionales que con fragilidad se tambalean entre la continuidad y el olvido. Un emotivo ejemplo de ello, fue nuestra visita a la panadería de mazapanes de Soto en Cameros, donde aún hoy en día, un matrimonio de octogenarios amantes de su tierra y de su profesión, nos relataban con pasión su vida entera anclada al horno de leña, en el que aún hoy en día, se cocinan con gran esmero y las más naturales materias primas, los mejores y más deliciosos mazapanes de navidad que uno pueda haber probado nunca.
A la jornada siguiente, salimos de la bella tierra riojana por la villa medieval de La Guardia, en nuestra primera incursión en el País Vasco, por la parte de Álava, la conocida como rioja alavesa. El asentamiento guerrero y medieval del pueblo, nos hace recordar su pasado fronterizo y bélico, que en su caminar por el interior de sus calles nos habla de otro tiempo. Por cualquiera de las puertas de su muralla, el paisaje se nos exhibe pleno, extenso y bañado por una luz de plata que se filtra por las primeras nubes y nieblas de la mañana.
Una vez recibida nuestra habitual vianda local que siempre nos acompaña y complementa nuestra aprehensión cultural en cada lugar que visitamos, partimos hacia Vitoria, ciudad que nos sorprende por sus singulares escenografías urbanas y calles que son plaza, plazas que son calle, y un sinfín de configuraciones urbanas peculiares. Siendo este día el último día del año, decidimos celebrar el cambio anual en la ciudad más festiva conocida desde fuera de España, la Pamplona de los San Fermines; pudiendo comprobar que no sólo en las fiestas de su patrón las celebraciones son tan alegres y desmedidas.
Una vez recibida nuestra habitual vianda local que siempre nos acompaña y complementa nuestra aprehensión cultural en cada lugar que visitamos, partimos hacia Vitoria, ciudad que nos sorprende por sus singulares escenografías urbanas y calles que son plaza, plazas que son calle, y un sinfín de configuraciones urbanas peculiares. Siendo este día el último día del año, decidimos celebrar el cambio anual en la ciudad más festiva conocida desde fuera de España, la Pamplona de los San Fermines; pudiendo comprobar que no sólo en las fiestas de su patrón las celebraciones son tan alegres y desmedidas.
Aún con la celebración en nuestros ojos, madrugamos para comprobar y fotografiar con nuestras cámaras, los restos del naufragio que se muestran como verdaderos campos de batalla en las calles tras la más cruenta de las sangrías. Nos dirigimos entonces a San Sebastián, la capital donostiarra, una de las más bellas ciudades vascas con cierto toque afrancesado. Allí nos encontramos varados los dos grandes bloques del Kursaal que daban inicio a nuestro pasear por la ciudad, atravesando la ría y su desemboque al mar, la perfecta retícula de su casco antiguo, con la bella plaza en su corazón, la playa de La Concha y la ascensión al monte Igueldo para, desde allí, despedirnos de ella con un magnífico atardecer a nuestras espaldas.
Al día siguiente, y tras pernoctar en la acogedora población de Zarautz, iniciamos nuestra pequeña incursión al sur de Francia y nos dirigimos a Bayona; ciudad que nos sorprende por su fuerte carácter afrancesado a pesar de su cercanía a la frontera con la Península Ibérica. Una ciudad muy blanca, de calles enrevesadas, de mercaderes y comercio, de gentes abiertas y aroma francés. De vuelta a nuestro punto de campaña en Zarautz, iniciamos nuestra vuelta por la costa, visitando bellas localidades costeras entre las que destacamos Biarritz y Pasai Donibane.
En nuestro recorrido de vuelta hacia el oeste por la costa, llegamos a Bilbao tras visitar enclaves costeros tan únicos y mágicos como la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, anclada en una escarpada península rocosa y con un recorrido de acceso a ella de tinte casi procesional. Una vez llegados a la capital vizcaína, parada obligada en el museo Guggenheim, tras la visita al entorno de la ría y su casco antiguo,
para, a continuación, dirigirnos aún más al oeste y desembarcar al día siguiente en la capital Cántabra de Santander.
¿Por qué el camello? ¡¿Por qué no?! (jijiji... mi frase favorita y repetida por mí todo el tiempo durante el viaje :)) Ahora en serio... Sin ninguna duda, puedo decir que este viaje encierra simbólicamente, ENTRE COMILLAS, precisamente a esta figura – un camello. ¿Suena raro, no? Quizás... Sin embargo, el primer pueblo que visitamos saliendo de Villablino – una joya en la provincia de Burgos – Orbaneja de Castillo, nos dio la bienvenida apareciendo ante nuestros ojos el Beso de los Camellos – una formación rocosa, llamada así por su forma singular – siendo lo primero que se ve al llegar al pueblo. Por otro lado, nos ha despedido en una de las playas de Santander, la Playa El Camello – en la que aparece una gran roca que nos recuerda la forma del mismo, como los que pudimos ver en El Parque de la Naturaleza de Cabárceno, aparte de los vistos en la Cabalgata de Reyes Magos en Santander...
para, a continuación, dirigirnos aún más al oeste y desembarcar al día siguiente en la capital Cántabra de Santander.
¿Por qué el camello? ¡¿Por qué no?! (jijiji... mi frase favorita y repetida por mí todo el tiempo durante el viaje :)) Ahora en serio... Sin ninguna duda, puedo decir que este viaje encierra simbólicamente, ENTRE COMILLAS, precisamente a esta figura – un camello. ¿Suena raro, no? Quizás... Sin embargo, el primer pueblo que visitamos saliendo de Villablino – una joya en la provincia de Burgos – Orbaneja de Castillo, nos dio la bienvenida apareciendo ante nuestros ojos el Beso de los Camellos – una formación rocosa, llamada así por su forma singular – siendo lo primero que se ve al llegar al pueblo. Por otro lado, nos ha despedido en una de las playas de Santander, la Playa El Camello – en la que aparece una gran roca que nos recuerda la forma del mismo, como los que pudimos ver en El Parque de la Naturaleza de Cabárceno, aparte de los vistos en la Cabalgata de Reyes Magos en Santander...
Tal y como decíamos, es en Santander donde, de nuevo, sale al paso nuestro elemento entonador, cuando divisamos desde la pintoresca península de la Magdalena, en un día ventoso y puramente cantábrico, la playa del Camello, donde ésta nos recuerda nuestra extraña conexión con este animal y el simbolismo que para nosotros tiene este viaje.
Al caer la noche, visitamos la parte noble y antigua de la ciudad disfrutando de su ambiente y gastronomía.
Al caer la noche, visitamos la parte noble y antigua de la ciudad disfrutando de su ambiente y gastronomía.
Una jornada más tarde, nos adentramos en los valles de la Vega del Pas, donde la nieve nos recibió con su manto engalanado e impoluto de pureza y silencio, al cruzar los puertos de La Lunada y Estacas de Trueba, muy recomendables para su disfrute y ascensión en bicicleta; algo que nos lleno de nostalgia y desazón al no habernos acompañado en este viaje nuestros fieles caballos de acero.
Visitamos el pueblo de Vega de Pas, disfrutando del paisaje y su carácter pasiego, siendo acompañados también, por un afortunado y apropiado café caliente con el auténtico sobao pasiego artesanal, un verdadero manjar en un día frío de invierno. La última parada sería en Puente Viesgo, donde pudimos disfrutar de su balneario y la representación, a través de profesiones antiguas, del inicio de su cabalgata de Reyes. De regreso a Santander, llegamos al final de la cabalgata y, como no…, de nuevo nuestro amigo el camello aparece ante nosotros; a escasos metros es empujado hacia el convoy de transporte, negándose con elegancia y paciencia al acto de recogerse; como si nos quisiera comunicar que también nuestro viaje poco a poco debía plegarse hacia otro rumbo, otras rutas, otros objetivos… No se equivocaba el camello porque sus ojos nos hablaban sinceramente y, al día siguiente, se presentó nuestra última jornada, en la que algunos de sus primos nos despidieron en Cabárceno y susurrándonos suavemente al oído nos dijeron que visitásemos las dunas de Liencres, las cuales ellos atravesaron y surcaron en otro tiempo y que ahora nosotros visitábamos en un airoso atardecer de invierno.
Visitamos el pueblo de Vega de Pas, disfrutando del paisaje y su carácter pasiego, siendo acompañados también, por un afortunado y apropiado café caliente con el auténtico sobao pasiego artesanal, un verdadero manjar en un día frío de invierno. La última parada sería en Puente Viesgo, donde pudimos disfrutar de su balneario y la representación, a través de profesiones antiguas, del inicio de su cabalgata de Reyes. De regreso a Santander, llegamos al final de la cabalgata y, como no…, de nuevo nuestro amigo el camello aparece ante nosotros; a escasos metros es empujado hacia el convoy de transporte, negándose con elegancia y paciencia al acto de recogerse; como si nos quisiera comunicar que también nuestro viaje poco a poco debía plegarse hacia otro rumbo, otras rutas, otros objetivos… No se equivocaba el camello porque sus ojos nos hablaban sinceramente y, al día siguiente, se presentó nuestra última jornada, en la que algunos de sus primos nos despidieron en Cabárceno y susurrándonos suavemente al oído nos dijeron que visitásemos las dunas de Liencres, las cuales ellos atravesaron y surcaron en otro tiempo y que ahora nosotros visitábamos en un airoso atardecer de invierno.
Los recuerdos – los regalos de la vida y los tesoros que guardamos dentro de nuestra memoria. Los momentos que es muy difícil que se nos olviden. Los instantes a los cuales siempre vamos a volver, independientemente del tiempo que pase, los llevamos grabados en nuestro mente o mas allá... en nuestros corazones. Hay muchos (sin duda cada viaje nos enriquece aportando a nuestras vidas mil historias diferentes, mil experiencias distintas) que podría compartir con vosotros, peeerooo si hay que elegir en relación a este viaje.... Nunca olvidaré el primer día del año, tan soleado y cálido – ¡qué coincidencia!, al igual que hace un año en Barcelona! La Plaza de la Constitución en San
Sebastian, la terraza de uno de los bares – Astelena – llena de gente. El sabor delicado del Foie y el aroma suave de vino tinto...
Sebastian, la terraza de uno de los bares – Astelena – llena de gente. El sabor delicado del Foie y el aroma suave de vino tinto...
Otro recuerdo... La subida al Puerto de Lunada... otro regalo... El mundo cubierto por la nieve, nosotros perdidos en una nevada plena, en una burbuja de la niebla – tan densa y omnipresente a través de la cual, no se podía ver prácticamente nada – nos rodeaba de todos los lados. Todo eso para luego disfrutar del sol inmenso y del abanico rico de las vistas espectaculares que te cortan la respiración... Otros instantes... otras distintas sensaciones... los recuerdos... El desayuno a la “francesa” en L`instant Gourmand en Bayonne con acompañamiento de la lluvia pasajera y de una de las mejores canciones de Birdy (tan preferidas por nosotros)... O el arco iris en Biarritz, que hemos visto apenas un momento - tan corto que nosotros mismos no tenemos la seguridad de que fuera real o quizás sólo fruto de nuestra imaginación... O el fuego acogedor de la chimenea de un refugio de montaña que nos acompañó en la comida, hipnotizándonos con el baile seductor de sus llamas... Qué suerte hay que tener para encontrar dentro de una cabaña todo lo que es imprescindible para encender la chimenea – leña y un mechero – y para poder sentarnos y disfrutar del calor que nos ofrece el fuego – unas sillas y una mesa...
Y podría así continuar recordando más y más cosas...
Y podría así continuar recordando más y más cosas...
Al igual que al principio del viaje, ahora mismo sigo pensando que nos quedan tantas cosas por conocer y tantos lugares por descubrir que no se puede limitar a un solo viaje, sino que hay que pensar en otros y vivir planificándolos y luchando por conseguir saciar nuestro gran apetito de viajar – de vivir – cumpliendo nuestro destino, calmando nuestra inquietud y necesidad constante de viajar.
Asia y Nelson
Asia y Nelson